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Tocando el suelo y soñando con el cielo


El apego es la relación de amor, confianza, vínculo y entendimiento emocional que se forja entre padres e hij@s. Es ese hilo conductor invisible que genera seguridad, que ayuda a poder caminar firmes entre terrenos inestables.

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Soy muy consciente de lo difícil que puede ser llevar la teoría a la práctica. Cada día me decís que el mensaje está claro, pero conectar con lo que necesitan, a veces se llena de interferencias. A esto,  se unen los patrones aprendidos, las herencias intergeneracionales, los contextos, y miles de situaciones más que, quizás, más que facilitar, pueden obstaculizar el poder escuchar esa voz interior tan sabia como iluminadora. 

Por eso, en esta ocasión, en lugar de un artículo lleno de teoría y recomendaciones, voy a contaros un cuento, uno de esos en los que la seguridad y la fuerza pueden ser protagonistas. Una historia que  pueda unir el deseo y la realidad, en  el mundo de pequeñ@s que necesitan poder equivocarse y aprender, poder mirar de dentro hacia fuera, y conectar con aquello a lo que llamamos VIDA.

Se titula…”Tocando el suelo y soñando con el cielo” y dice así…

“Había una vez un pequeño duende volador que viajaba por los bosques, montañas y desiertos del mundo. Este duende viajaba tanto porque le encantaba conocer gente y hacer nuevos amigos, pero le costaba quedarse parado más de unos días o meses en un lugar determinado. De hecho, no tenía una casa en un sitio concreto, y cuando le preguntaban siempre respondía: “primero necesito cumplir mi sueño, necesito poder tocar las estrellas…y entonces, podré parar”.

Nuestro duende tenía unas alas preciosas, llenas de color, de un tacto suave, casi terciopelo, que le transportaban con pleno disfrute a cada sitio al que iba. Pero cada vez que tocaba tierra, sus pies sentían cosquillas y, comenzaba a volar de nuevo. Las cosquillas tenían un mensaje para él: ¡aún no había tocados las estrellas!

Un día, el azar se cruzó en su camino y una ráfaga de aire no le permitió tener un aterrizaje adecuado, lastimándole una de sus alas. Por suerte, en el valle donde se encontraba había una médica especialista en alas mágicas, así que fue a su consulta:

-Doctora, necesito vendas, tiritas para arreglar mi ala. Es urgente, necesito seguir volando.

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– ¿Seguro que eso es lo que necesitas pequeño duende?-le respondió mientras le miraba por encima de sus diminutas gafas para ver de cerca- Déjame que te mire el ala y veamos qué pasa.

-No tengo tiempo para eso, necesito alcanzar las estrellas. El tiempo pasa. Aquí estoy fenomenal, pero no puedo quedarme mucho tiempo.

-Pero nuestro valle está lleno de sitios maravillosos y gente encantadora. Además, tu ala necesita reposo, te aconsejo que hoy vayas al hotel y te quedes allí. Mientras tanto, pondré una escayola en tu ala, y te volveré a ver en unos días.

 

El pequeño duende se desalentó, ¡aquello no estaba en sus planes! Pero sabía que la experta tenía razón y necesitaba descansar. Nunca le había pasado antes, pero sentía a su cuerpo un poco cansado. Así que, se alojó en el hotel hasta y durmió, soñando que tocaba el cielo.  Al día siguiente, se levantó, desayunó y decidió ir a explorar: “No tengo nada mejor que hacer”-pensó.

Intentó volar, pero el peso de la escayola le limitaba totalmente, así que comenzó a caminar con resignación. Al principio, se sintió raro, pues sus pies no estaban acostumbrados al tacto de la tierra, de la hierba, del camino. Primero sintió las cosquillas de siempre, después un leve dolor, y más tarde necesitó sentarse porque sus pies estaban realmente cansados…-¿Durante cuánto tiempo dejé de caminar?-se preguntó.

Un hombre de mirada tranquila se sentó junto a él:

-Buenos días jovencito, ¿no nos hemos visto antes por aquí?

-Creo que no, es la primera vez que estoy en el valle, y bueno…además estoy de paso.

-De paso estamos todos amigo, pero quizás hay algo que te ha traído a este valle… ¿Qué te ha pasado en tus pies que vas descalzo? Además, parecen resentidos…

-Es que hoy caminé mucho…pero lo que realmente me duele es mi ala lastimada. -El duende se encontraba muy sorprendido, ¡el anciano no se había dado cuenta de su verdadero problema!

-Pues quizás necesitas un calzado que te proteja…Voy a prestarte unos zapatos que te ayudarán en tu caminar…-Y el anciano le ofreció unas bellas zapatillas de un rojo brillante.

-Muchas gracias, aunque preferiría un ala nueva…-Insistió de nuevo, para que su herida pudiera ser visible ante los ojos de este hombre apacible.

-Espero que puedas acabar el camino con ellas. ¡Ah! Y no te preocupes por esa ala, en realidad ya está más que reparada…Y tras una sonrisa amistosa el hombre se marchó…

El duende, un tanto irritado, se puso las zapatillas, y comenzó a caminar; estaba un poco harto de ese valle y sus habitantes que no le miraban de verdad, ¡él solo quería volar y marcharse!

Sumido en sus pensamientos, caminó hasta llegar a una gruta donde había una impresionante cascada de gran altura. “Si pudiera volar podría subir a ver su cima”-pensó con anhelo mientras sus ojos se posaron en una gruta en la entrada. Allí, había una escalera preciosa, construida con madera del bosque, y un cartel que decía:

AQUÍ SOLO ES POSIBLE SUBIR CON ZAPATILLAS (DE COLOR ROJO).

Una gran sonrisa se posó en el rostro de nuestro joven duende, y pensó: “me siento afortunado” y subió las escaleras con decisión. Al llegar arriba, ya se había hecho de noche, y el cielo estaba bellamente adornado por miles de estrellas. Desde allí se contemplaba todo el valle, y nuestro duende nunca se había sentido tan dichoso, ¡ESTABA TOCANDO LAS ESTRELLAS!.

Después de un largo rato, nuestro amigo quiso volver al hotel, pero no encontraba el camino de vuelta. Todo estaba oscuro, salvo el cielo que estaba iluminado por una gran luna llena. Él quería volar, pero había entendido que tenía que guardar reposo. A punto de la desesperación, la voz del anciano resonó en su mente: “¡Ah! Y no te preocupes por ese ala, en realidad ya está más que reparada…”. Ahora el joven entendió a qué se refería el anciano, probó a retirar la escayola…¡ESTABA COMO NUEVA!

Nuestro duende estaba feliz, lleno de luz, y voló sintiendo el tacto del cielo en su cara. Cuando llegó, una carta estaba sobre su cama, y decía:

“Siempre supimos que podías volar, pero aún no podías disfrutar al hacerlo porque necesitabas soñar. Ahora que tu sueño se ha podido cumplir, esperamos que tus zapatillas fueran un recuerdo de tus pies tocando con fuerza el suelo. Ellos son un recuerdo de nuestras manos, de nuestro amor, del regalo que siempre quisimos darte para que recordarás que eras CAPAZ de sentir la seguridad en tu INSTINTO. Sin tus pies en el suelo, nunca hubieras podido alcanzar tu sueño de tocar las estrellas”

Ahora todo tenía sentido: su ala necesitaba descanso, porque sus pies se habían quedado descalzos.  Solo al protegerlos, pudo dejar de sufrir por su ala y comenzó a caminar. Y gracias a ello, pudo subir la escalera que le permitió alcanzar sus sueños.

                                                                                              CONTINUARÁ…  

El amor siempre se queda en la memoria, se graba en el cuerpo. La seguridad es la sensación de saber que, aunque dejemos de volar, podemos seguir caminando. Y ofrecer contención y guía facilitará las decisiones del futuro.

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Queridas familias, vuestros duendes necesitarán de vuestros zapatos en muchos momentos de la vida. Permitirles soñar es un ejercicio precioso de amor. Y recordarles que no están solos es una llave para sentir el mundo.

Mirando con ternura, os dejo un final que para mí resume cualquier tipo de vínculo lleno de seguridad, y es el compartir esa potente y preciosa frase que dice que:

“Hay dos regalos que se pueden ofrecer a los niños: uno es dotar de firmes raíces para crecer y el otro ofrecer bellas alas para volar”

 

Raquel Cuenca