El mundo se mueve muy deprisa, y a ratos parece que la vida se nos escapa de las manos entre plazos, cosas pendientes y una lista interminable de «debería». Y yo te pregunto: si hoy fuera el último día de tu vida, ¿harías lo que estas haciendo?.
Conozco a una persona que tiende a procrastinar (posponer o demorar la finalización de tareas y objetivos frecuentemente), en especial, todo aquello que no es urgente e imprescindible (y lamentablemente el disfrute y el placer no le parece prioritario), condenándolo al terreno de «cuando tenga un rato» «cuando este menos ocupado» “cuando…” ¿sabes cuándo lo va a hacer? probablemente nunca; ¿sabes cómo anda esta persona de estado de ánimo, motivación y vitalidad? Regular (tirando a mal). Esta persona a la que conozco es importante para mí, cuánto me gustaría que fuera capaz de ver la vida de otra forma, qué difícil resulta a veces respetar y aceptar que los demás organizan su vida como pueden/quieren, y que uno/a mismo/a ha de centrarse en lo propio. Hay un limite difuso que separa el hacer las cosas concienzudamente, poniendo cuidado y cariño, y el pretender hacerlas perfectas. ¿Tú cómo lo llevas? Yo estoy en ello 😉
«La perfección siempre es mañana, es decir, nunca»
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Y la reflexión que hoy quiero compartir es la influencia que tiene en nuestro planteamiento de vida aquello que rechazamos en los demás. Es muy típico escuchar a alguien que dice «yo siempre dije que no iba a ser como mi madre/padre/quien sea», es muy típico también que suceda que justo acaben siendo muy parecidos a ellos. La energía del amor (quiero ser así), o la energía del miedo (me horroriza llegar a ser así). Movernos desde una posición u otra, marca una diferencia crucial.
«Estás rodeado de seres inaceptables que actúan sobre las elecciones que haces. Todos ellos viven en ti. Eres como la luna, tienes un lado oscuro que nunca se muestra, pero que influye en las mareas.»
- Jodorowsky
¿Por qué nos pasa esto?
A los seres humanos nos resulta mucho más sencillo movernos y motivarnos hacia aquello que admiramos, que diferenciarnos a partir de aquello que tememos llegar a ser. Imagínate que te están enseñando a hacer algo (montar en patinete, programar, hacer punto, lo que sea), vamos a suponer que quien te está enseñando únicamente te va diciendo cómo NO lo tienes que hacer, te va señalando todos los errores y riesgos de tu desempeño, pero en ningún momento te señala cómo SÍ puedes intentarlo. ¿Qué tal es aprender así? además de muy frustrante y desagradable, resultaría confuso, podría llegar a provocarte bloqueo o desmotivación, porque sería difícil apreciar el avance o la mejora. Nuestro cerebro y nuestro sistema biológico aprende más y mejor cuando le damos pistas en forma de afirmaciones y certezas, y si se divierte, mejor.
¿Tu también esperas que llegue ese buen momento para acercarte a la persona que quieres ser? ¿o vas haciendo intentos y pruebas sobre la marcha? Una buena forma de practicar esa energía del amor y el impulso que la acompaña, es pensar en quiénes son tus referentes y personas a las que te gustaría modelar, es decir aquellos que tienen características y atributos que tú desearías incorporar en tu vida. Hay veces que son personas conocidas y cercanas (un padre o una madre o familiar), hay otras veces en las que en el entorno cercano no encontramos a nadie que nos sirva como referente global, y esto no es bueno ni malo, simplemente significa que esa figura la identificas más fácilmente fuera (en alguien no tan cercano o incluso en alguien que no conoces personalmente).
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Ojalá en la vida adulta, todas las personas seamos capaces de liberarnos de aquello que no queremos ser y podamos desprendernos de ese peso y ese miedo, encontrando realmente la forma de vibrar y sintonizar con aquello que SÍ deseamos. (A veces) no es fácil, pero se puede hacer bien, ¿te ayudamos?