Luna tenía 5 años, era Julio en Madrid, y teníamos 40 grados a la sombra. Era la hora de piscina en el campamento y Luna escondía su pie debajo de la toalla y de ahí no se movía, no quería bañarse.
Con 5 años… ¿¡No quería bañarse!?.
Estaba sentada, ocultando su pie. Si conoces la cara de los niños/as de 5 años sabes que es transparente. Algo ocultaba.
Me acerqué a ella. Yo era su monitora desde hacía sólo dos horas, su cara me devolvió pánico y vergüenza en una sola mirada… ¡5 años!.
Cogí su pie y vi en su cara horror.
Entendí lo que pasaba… en su pie derecho tenía dos deditos sin desarrollar, en forma de botoncillos.
Me los quedé mirando y grité: – Pero Luna ¡¡¡CÓMO MOLAN TUS DEDOS!!!. Yo también tengo una cosa que mola, aquí en mi nariz, como una verruguilla ¡mira! Nadie más la tiene, sólo yo.
¿Tú qué tienes que mole Leo?, ¿Y tú Samu?…
Y empezaron a buscarse lunares, manchas e incluso manchurrones de chocolate que aceptamos a regañadientes como animal de compañía.
El reflejo de Luna, o la importancia de la mirada que tuvieron sobre mí, en mi propia mirada.
A día de hoy, me sigue dando una punzada en el pecho recordar cómo reaccionó Luna y la velocidad a la que lo hizo. Y es que tardó unos 3 micro segundos en salir escopeteada de su toalla y tirarse de bomba a la piscina con el resto de niños/as de 5 años.
En los siguientes 15 días de campamento no había nadie en su toalla a la hora de la piscina.
Hace unos días en mi propia terapia personal, recordé lo vivido con Luna. Y hoy, desde Diada comparte quería reflexionar sobre cómo la mirada adulta influye en la mirada que sobre sí mismos tienen los/as peques. Y del mismo modo, cómo la mirada que tuvieron sobre nosotros/as influye a su vez en la mirada que sobre nosotros/as mismos/as tenemos.
Es fácil suponer que el mundo adulto más cercano de Luna se sintió muy mal con su diferencia. Quizás sintieran inseguridad, miedo, incapacidad… Muy probablemente la situación les desbordó.
Luna como toda/o niña/o aprende a mirarse en ella, cómo le miran aquellos/as de los que depende.
Lo que sintió Luna era que debía anular una parte suya, que había algo de ella que era necesario aniquilar, ocultar. Si “eso” salía a la luz, podía ser rechazada, criticada,…. Y en último término, abandonada. Y una niña de 5 años, sola… no sobrevive, muere.
¿Quién no ha sentido alguna vez que tenía que ocultar algo de sí? ¿quién no se sintió alguna vez cómo Luna?
Muy probablemente los padres de Luna también se sintieron así alguna vez, quizás se sintieron rechazados, criticados…quizás la diferencia de Luna les devolvía ese reflejo, ese recuerdo…
El sentir que tengo que ocultar o no mostrar algo, ya sea una parte de mí, “de algo mío” o una emoción, es el recuerdo de que alguna vez fui juzgado, criticado o rechazado por ello. Y el pánico que me supone “el que se me vea por entero/a” puede ser, a su vez, el recuerdo de sentir que sacar eso a la luz implicaría ser abandonado/a.
Sin embargo y del mismo modo, el que Luna tardara 5 micro segundos en tirarse al agua “mostrándose entera” sintiendo que su diferencia no tenía ya una connotación negativa, si no que era algo que tenía sin más, y que podía ser hasta algo diferenciador y por ende algo positivo, nos demuestra también la inmensa capacidad de sanación que tenemos, y la inmensa capacidad de reparación que como especie podemos también tener al mirarnos con ternura, y al sentir a su vez, la ternura en los ojos del otro/a.
Isabel Cabrera.