Me siento muy afortunada de ser una de las voces que aparece cada semana en esto que llamamos el «Diada Comparte», donde todo el equipo vamos escribiendo a lo largo del curso. Según la manera en la que en esta casa entendemos esto de estar vivos, la vida cobra sentido a través de las relaciones que establecemos. Somos seres sociales, por tanto no somos nadie sin «el otro». Por eso «compartir» para mí, se convierte casi en obligación, es un acto simbólico que devuelve (en parte) todo lo que siento que he recibido, en este y otros lugares.
Esta semana me ponía a pensar en que quería compartir y me venían a la mente un montón de cosas, conversaciones con amigos y amigas, sucesos casuales y reflexiones a través de lo cotidiano. Y es curioso como los terapeutas nos tenemos que desenvolver también en la vida real. Yo no soy psicóloga todo el rato, o sí lo soy, no lo sé muy bien, pero lo que está claro es que no en todas las relaciones que establezco me comporto como tal, y también espero que no me exijan esa responsabilidad.
Por si a alguien le quedaban dudas: sí, a los psicólogos también nos pasan cosas, y a veces tenemos malentendidos, confrontaciones, y discusiones y todo eso tan humano que ayudamos a desenmarañar de puertas hacia dentro. Solo que con un poco de suerte llevamos ya un camino transitado de autoconocimiento y autoanálisis, y somos capaces de detectar cuando salen los peores demonios a relucir, los propios y ajenos. Y quien este libre de pecado que tire la primera piedra, eso se suele decir. «No seré yo» siempre me sale responder.
Esto que voy a escribir forma parte de las sensaciones y percepciones que yo he extraído de esos encuentros cotidianos, fuera de la consulta, con lo cual no tienen por que reflejar lo que esas personas implicadas están atravesando. O como se suele decir en las películas, «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia», si es que existe tal cosa…
Estos días he podido ver de cerca la pena inmensa que produce la muerte de un ser querido, he podido casi tocar el material del que esta hecho el alivio y la tranquilidad que queda tras despedir a alguien que estaba muy malito, que hacia tiempo que no era «él», una situación en la que aparecía la exigencia y el desbordamiento, demasiadas veces, demasiado a menudo. Pena y alivio. Entre el «por qué» y el «por fin”, que compleja esa ambivalencia.
Según la Real Academia de la Lengua, es ambivalente aquello que presenta dos interpretaciones o dos valores, frecuentemente opuestos. Y me ha dado por pensar que la ambivalencia tiñe las fibras de las que se construye el malestar y el sufrimiento, para desenredarla a menudo basta con diferenciar sus componentes, simplemente observar y dejar que sea así. Nuestra existencia esta codificada en un sistema binario, y los extremos forman parte del todo.
He sido testigo también de la rara sensación de nervios el día de antes de enfrentarte a un tribunal donde te preguntarán acerca de las cosas que pasaron con esa persona a la que un día quisiste, he percibido, velada, la rabia inmensa que producen los reproches y acusaciones de la otra parte, y también he visto como puede aliviar el hecho de darse cuenta de que en ese caso no había nada de lo que le estaban reprochando que en esencia no fuera cierto, quizá en un relato exagerado, quizá demasiado sesgado, habla la rabia y transcribe un abogado, «¿qué quieres?» -le preguntaba yo-.
Esta persona a la que aprecio se sintió mejor cuando escuchó esto, yo no le dije nada nuevo, solo le invitaba a pensar si simplemente estaba viendo de frente todo lo que no aceptaba de sí mismo, aliñado con el dolor y la confusión que produce una situación así. Algo que para mí era evidente para él resultó esclarecedor. Como si hubiera una parte de nosotros mismos que escuece y duele mirar.
Tuve una conversación con una buena amiga sobre la tiranía de la feminidad y la presión social, y la decisión de cuidarse y hacerse cargo de la apariencia física. El hilo seguía el argumento de que a los hombres no se les presupone tantos cuidados o adornos, o al menos no se les reprocha tanto si no aparecen. Esta amiga es bellísima, tiene una feminidad arrolladora, pero a ratos la feminidad impuesta le enfada y se quiere bajar del carro.
Al final ambas acabamos riéndonos y simplificando el asunto a lo que es: desde una misma siempre hay posibilidad de elección, da igual cuanto de rojos te pongas los labios, como de altos sean tus tacones o lo impoluta que esté tu manicura, nada eso te hace más o menos femenina, (ni más o menos feminista, solo faltaba), se trata de hacerlo o no hacerlo por decisión propia y no por una especie de imposición.Es verdad que a veces genera una presión exagerada, una autoexigencia un tanto voraz. Hablas, compartes, poner un toque de humor y de amor, y de repente llega la tranquilidad de poder poner distancia ante algo que hace un momento te atrapaba.
Otro elemento de plena actualidad es que han abierto las piscinas y se avecinan los días de vacaciones y playa. Respiramos aliviados al tiempo que miramos hacia nuestro cuerpo y nos preguntamos ¿cuándo dejé de cuidarte? Sustituyamos culpa por responsabilidad. La salud no es sólo apariencia externa, pero estos días de ropa ligera ayudan a tomar mayor contacto con la dimensión física, y esta bien cuidar el cuerpo por dentro y por fuera. Es increíblemente empoderador sentirse cómodo/a en la propia piel. Tratemos de cuidarnos y curarnos, por dentro y por fuera, todo el año. Entre la obsesión por el cuerpo y el “de perdidos al río” hay un término medio.
Todo esto me llevó a reflexionar acerca del todo y las partes, de cómo yo entiendo la psicoterapia y la relación de ayuda que se establece dentro de la consulta: estamos hechos de muchos matices, contenemos diversas versiones, muchas veces incoherentes, incompatibles incluso. La psicoterapia pretende integrar, aportar serenidad y paz, generar soluciones y nuevos repertorios de pensamiento y acción pero partiendo de la aceptación y el amor absoluto e incondicional hacia uno/a mismo/a, como el padre/madre que desearíamos haber tenido. Como el padre/madre que algún día nos gustaría ser. Y mientras tanto, vamos viendo. Que la vida es un ratito.
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Todas estas cosas me han pasado, fuera de los ratos de consulta y en todos ellos creo que he podido acompañar, aligerar o quitar hierro al asunto, luego… No se trata de ser terapeuta o no, se trata de que compartiendo la vida es mejor, ¿o no?
Feliz verano a todos y todas quienes formáis parte de esta gran familia, ¿me permites que me despida con una canción?
Os deseo que vuestro verano esté lleno de alegría y plenitud. Nos vemos a la vuelta.