La serenidad y la calma son recursos escasos que, en muchas ocasiones, todos ansiamos y anhelamos. Cada uno de nosotros entiende la serenidad de una manera: desde la necesidad de no vivir en la angustia, o no caer en la urgencia del “para ya”, desde la capacidad de poder estar “sin hacer nada”, desde no sentir que el corazón se desboca ante un cambio o desde encontrar el centro del equilibrio interior. En cualquier caso, quizás por los ritmos de vida que hemos decidido crear, parece que estar seren@ o en calma, es algo que uno tiene que trabajarse para poder alcanzar.
En la consulta me encanta trabajar desde la posibilidad de construir realidades diferentes.
Con los niños, a veces, esas realidades vienen de la mano de que la construcción tenga que ser tangible (a través de materiales y creaciones que puedas ser vistas, miradas y expuestas). En el caso de los adultos, puede que vengan más desde un mundo más simbólico, donde exista un espacio o lugar donde poder acudir cuando uno requiere parar y poder recolocarse. Ambos casos tienen algo común: la necesidad de descubrir que nosotros podemos CONSTRUIR, que somos CAPACES y tenemos la LUZ para transitar el camino hacia la tranquilidad y la serenidad interior.
Hoy he decidido compartir un pequeño ejercicio que me encanta usar en consulta o en formaciones, y que nos acerca un poquito a este sendero tan preciado. En realidad, es algo que nos recuerda que eso que deseamos está ahí. Es una seña que nos ayuda a desconectar de la urgencia y nos engancha con nuestro deseo y nuestro verdadero sentir.
Normalmente, necesitamos un trabajo más profundo y continuado, pero espero que os pueda acompañar como un primer paso de “darnos cuenta”.
Ejercicio: El tótem de la calma
El tótem de la calma nació a través de unas piezas de madera que parecen pequeños peones. Esos peones representan aquello que queremos que nos recuerde, lo que necesitamos o, como les cuento a los peques: “ese súperpoder que necesitas tener”. Es decir, vamos a visualizar qué necesitamos que nos recuerde nuestro tótem, que mensaje queremos que nos transmita, qué voz queremos que tenga cuando nos perdemos un poquito.
Una vez que lo hemos localizado, necesitamos PERSONALIZAR nuestro tótem. Esto es importante, porque es nuestro y necesita tener una identidad. Para eso, podemos pintarlo, decorarlo, ponerle un lazo, escribir en él, o todo aquello que se nos ocurra. No se trata de una creación artística, se trata de dejarse llevar por la magia de nuestro corazón. Se trata de transformar nuestra voz en algo un poquito más concreto y, en este caso, visual.
Una vez que lo tenemos, os propongo que cerréis los ojos y conectéis con un momento donde os sea un poquito difícil estar en calma. Vamos a ser justos: ¡empezad con algo relativamente sencillo! (que si no la mente a veces se deja llevar demasiado). Una vez trasladado a ese momento, coged el tótem y contagiaros de su magia, contagiaros de ese súperpoder (la calma, la tranquilidad, el parar, etc). Intentad sentir como baja vuestra energía a un nivel manejable. Con mucha calma abrid los ojos y mirar como esta todo alrededor. Probablemente nada haya cambiado, pero vuestro sentir estará diferente.
Después de esto, os propongo dejar vuestro tótem en un lugar visible, es un espacio significativo para vosotr@s. Un sitio donde vuestros ojos lo tengan al alcance y con solo mirarlo, os recuerde a ese sentir y a esa serenidad.
Para los momentos, donde no esté visible a los ojos, un sencillo truco: la LUZ y el EQUILIBRIO nos acompaña haya donde vayamos si hemos entrenado para ello, así que como buen tótem, su valor está en lo que simboliza y no es su parte tangible. Tiene el don de funcionar sin estar presente.
Con los más pequeños funciona de una forma preciosa. Pero con los mayores, nos ayuda a recordar que también fuimos niñ@s y que necesitamos sentir que la MAGIA funciona.
Os invito a probar y a dejaros invadir por la SERENIDAD Y LA CALMA.
PD: Sabéis que creo firmemente en la creatividad y la fantasía, por lo que un tótem puede ser de cualquier forma, material, tamaño o textura. Así que contagiaros de la esencia y no de la forma.
Raquel Cuenca Nieto