Hoy en día es común observar, cómo los niños crecen en una sociedad donde la mirada se encuentra más hacia fuera que hacia dentro. Llegamos a este mundo desprovistos de conocimientos, creencias, conceptos, palabras. La mirada que estos pequeños seres van elaborando hacia su realidad se va generando a través de las personas que actúan y narran sus momentos y experiencias. Su realidad y nuestra realidad, como adultos que les rodeamos, NO ES LA REALIDAD. Es una construcción compartida.
No es una realidad, es una construcción compartida
Sin darnos cuenta, a veces les llenamos de “verdades” que no tienen que ver con lo que está sucediendo en las señales que emiten sus propios cuerpos. Como esos mensajes de “cuidado que te vas a caer”; “tú no eres bueno haciendo esto”; “eso no te va a gustar”; o ese “no lo vas a saber hacer” que a veces se nos escapa entre algunos de nuestros mensajes. Y así, ya desde pequeños, aprendemos a accionar nuestras emociones, pensamientos y conductas para poder estar y sobrevivir en un ambiente del que formamos parte como seres dependientes que somos cuando llegamos a este mundo.
Al ser pequeños en experiencias y conceptos, al no tener herramientas que nos guíen en este inicio del camino, nos dejamos llevar a un ritmo y en una dirección que no siempre es la nuestra. Aceptamos una guía externa que, sin darse cuenta, a veces, poco a poco, nos va alejando de nuestra intuición, de nuestro propio recorrido. Y lo cierto es que cuando uno es pequeño, necesita caminar acompañado aunque no sea por su propio camino.
Cuando maduramos y esa necesidad no es tan evidente, cuando ya podemos sobrevivir y vivir por nosotros mismos, vamos aprendiendo a veces con sufrimiento, que las personas aparecen y desaparecen de nuestro recorrido sin por eso sentir la necesidad de tener que desviarnos de él. Ya no les necesitamos para vivir, tan sólo les elegimos. Ahora, (aunque no siempre), podemos reconocer que ya no hay porque alejarse de él.
Los seres que cuidan y protegen a estos niños, tendrán la difícil tarea de estar a su lado acompañando, pero confiando también en su intuición.
¿Cómo se puede proteger, acompañar y a la vez, confiar en la intuición de un niño?
Con humildad y respeto. Aceptando que ninguno sabemos hacia dónde hay que ir, y comprendiendo que las experiencias y conocimientos de los seres mayores deberían servir para proteger en el camino y no para perder en él. Escuchar con el corazón implica tratar de reconocer cuándo es mi miedo y necesidad como adulto la que guía las decisiones, y cuando es su intuición y sabiduría como niño, la que está buscando el verdadero sentido.
Cada vez hay más respeto y conciencia hacia los niños y más reflexión y autoanálisis en los padres. La sociedad poco a poco va pudiendo devolver a estos pequeños genios la voz que hace un tiempo se les robó. Cuando hay miedo es difícil encontrar un lugar para el amor. Porque primero tenemos que sobrevivir y luego ya aprendemos a desarrollarnos. La gran transformación vendrá cuando comprendamos que no tenemos que luchar por aquello que ya es nuestro.
En el inconsciente colectivo gobierna aún esta idea de tener que pelear lo que uno es. Esa sensación de tener que fijarse en lo que los demás hacen y compararse con ellos, en lugar de utilizarlo como inspiración para resolver creativamente y de manera divertida nuestro propio camino. La toma de decisiones debería ser capitaneada por la intuición y la bondad. No por la lucha y el miedo a no tener lo que uno cree que debería ser suyo. No deberíamos seguir un camino que desde el principio sabemos que no nos lleva a ninguna parte.
Alimentación, ejercicio y sueño reparador, parece fácil ¿no?
Recuperar esta intuición que en ocasiones perdimos de niños, esta inocencia que es la que verdaderamente nos guía en nuestro propio sendero, implica estar “limpios”. Limpios de verdades y juicios. Y para que eso suceda, uno primero tiene que sentirse bien.
¿Por dónde podemos empezar?. Por un cuerpo que funciona y ayude en este descubrimiento. Eso conlleva una alimentación respetuosa y adecuada a cada ser, un descanso apropiado y un movimiento alegre entre otras cosas. Implica cambiar un cuerpo que se encuentra en urgencia y puede tomar decisiones por impulso, por la posibilidad de habitar un cuerpo que reconoce qué es de lo que le toca ocuparse en este momento. Descansar y soñar, alimentarnos en función de lo que nuestro cuerpo nos pide, ejercitarnos para seguir ágiles y verticales, nos ayuda a poder seguir avanzando con sencillez. Alimentación, ejercicio y sueño reparador. Parece fácil, ¿no? En el día a día no lo es.
Emitir y recibir una mirada transparente y consciente hacia el otro y del otro no es tarea sencilla por otro lado. Nos conocemos a veces tan poco, que constantemente proyectamos en los demás nuestros miedos o “verdades”, tratando de imponerles quienes creemos que son y quienes creemos que somos.
Criamos en ocasiones creyendo saber lo que necesitan nuestros hijos, y no deteniéndonos simplemente a escucharlos o escucharnos en lo que nos piden o pedimos con el corazón. Cada vez resulta más difícil entenderse en una sociedad en la que no hay tiempo para detenerse a escuchar. Una sociedad que reconoce más los resultados que los recorridos hasta llegar a ellos. Olvidamos que no se trata de llegar el primero a un destino incorrecto.
Por eso, animo a que recordemos la importancia de respetar los tiempos y momentos de cada individuo. Que disfrutemos nuestros recorridos y no nos fijemos tanto en los de los demás. Sería una pena perdernos las sorpresas que tenemos delante y a apenas unos metros, por estar contemplando de lejos aquellas que no se nos cruzaron delante. Simplifiquemos la vida, vayamos a lo sencillo. A veces lo sencillo, suele ser también lo auténtico y verdadero.
Ana Sauz.