Una nueva visión: lo que no se ve de los comportamientos desafiantes en niños.
Hace algunos días, en sesión, una niña de tan solo 8 años me dijo una frase que me llegó al alma: “Solo le prestan atención a ella porque llora por fuera. A mí, que lloro por dentro, no”.
Tras una discusión con sus compañeros, N sentía un gran malestar. C, otra de las compañeras involucradas también lo sentía. La diferencia fue que C lo exteriorizó, mientras que N acostumbra a no hacerlo, o, al menos, del modo en el que “se espera”. La gestión del malestar de N suele darse por medio de comportamientos disruptivos (insultando, pegando, chillando…). Claro está que dicha gestión no es la ideal, pero si nos quedamos en la superficie, sin valorar qué le ha llevado a comportarse así, nos estamos perdiendo una información realmente valiosa, necesaria, y, en resumidas cuentas, mucho más importante. Asimismo, estamos ignorando su malestar y, en múltiples ocasiones, además, lo estamos castigando.
A menudo, en consulta, me encuentro con la pregunta “¿qué podemos hacer para que no se comporte así?” Sin embargo, la conducta, en muchas ocasiones, es el tejado de la casa, por lo que es necesario ir a los cimientos. Para ello, podemos comenzar por preguntarnos “¿de qué nos está informando ese comportamiento?, ¿qué emociones y sensaciones hay en el cuerpo del niñx en ese momento?, ¿qué recuerdos se han podido activar en esa situación?”…
Según Porges, dado que las respuestas conductuales constituyen la forma en la que nuestro sistema nervioso regula la respuesta del cuerpo al estrés, cuando un niño presenta problemas de conducta persistentes, es un indicio de que su sistema nervioso se está ajustando y respondiendo automáticamente a estas diversas formas de estrés.
En este punto, estaremos de acuerdo en que comenzar a valorar los comportamientos desafiantes como respuestas adaptativas del cuerpo y no como comportamientos deliberados o intencionados cambia nuestro abordaje, ¿verdad?
Dado que la seguridad es la base sobre la que los niños (y no tan niños) desarrollan habilidades de autocontrol emocional y conductual, prioricemos la seguridad emocional y relacional frente a la adecuación conductual. La conexión y el vínculo consiguen mucho más que la autoridad. Por tanto, en lugar de enfocarnos en lo que hacemos con los niños, prioricemos cómo estamos con ellos.
Cada niño es un mundo. Las diferencias individuales existen y hay que tenerlas en cuenta. Por ello, cada abordaje ha de ser único y ajustado a las necesidades específicas de cada uno.
Lucía Mata